PEQUEÑO POEMA
PARA ESTE PEDAZO DE MI TIERRA
Esta nostálgica siesta desparrama
parsimonia
sobre este pedazo de tierra
que huele a gringos y criollos.
Soy de aquí.
Un cielo de alguaciles y
mariposas devoran las horas;
hornos calientes y
esperanzadores
Sueñan con batallar a esas
anónimas hambres.
Aquí se desbandó mi grito
primero;
Aquí, entre diagonales y
sueños paternales, pronto se extraviaron
sudores y desengaños.
Aquí soñaron gringos y
santiagueños con el dulce sabor de la cosecha
y se encandilaron con el
brillo del arado;
Aquí murieron esperanzas y renacieron sueños;
miradas dibujaron mañanas y,
colgadas en los horcones del fracaso, fenecieron voces.
Aprendí, con tus calles y
tus olores.
Bebí la savia que llena los
corazones de nostalgias,
Bebí el zumo de la “raíz” y
me ahogué con el terruño.
Por más que quiera, nunca
más otro aroma será mío.
La pasión, esa que mueve al
hombre hacia la aventura,
condenó mis pasos al
ostracismo de tus calles,
mi infancia se exilió.
Mis noches lejanas, embargadas
de hastío, devoraron recuerdos en la vastedad de la distancia.
Aprendí a extrañar este
pequeño gran suelo que solo importa para mí.
Maldije mil veces el sueño
herrumbrado de estas calles amplias, ricas en polvos y recuerdos;
Tu sal, tu tristeza añeja,
desparramó “sufrires” por estos paisajes curtidos de soles y casas bajas.
Pero me equivoqué. En el
apuro por ganarle a la adolescencia, por llegar a la meta, mi corazón se pobló
de incomprensión.
La distancia feneció en
adioses y el recuerdo dio paso al presente. Volví a ti.
Lentamente abrí las puertas a
chúcaros potros de esta zurda que, desbocados,
arrimaron las silabas para
susurran tu nombre ancestral: “Aviak nun Tadaek…”
En cada esquina de tus
laberínticas diagonales atesoré recuerdos que, al armarlos, podrían delatar el
relato de mi vida entera.
Tus mañanas ebrias de
motores, gorjeos y bullicios con olor a campo, maduraron al compás de horas lerdas.
Una lluvia, un viejo
mateando en la vereda, un perro ladrador, completaron el paisaje de este “Monte
Grande”. Amé tus días grises, de lloviznas nostálgicas.
Alguna vez (en esos momentos
en que todo suena a turbio y húmedo)
iniciamos un pacto, “arquitectamos” un futuro.
Aquí desenvainé el alfanje
para ultimar a mi soledad,
aquí ensanché la brecha,
amplié el deslinde para que cupieran dos.
Aquí mis semillas fueron
esperanzas y mis brotes fueron raíces.
Aquí encontré el tono a las
canciones que durante mucho tiempo solo acercaron tristezas. Aquí uncí mi carro
a estrellas que pronto fueron constelaciones.
Aquí soy feliz.
Me comprometo (con una mano
en el corazón y cuando me pueblen las aves, aquellas que vuelan hacia el
horizonte)
a dejar de heredero al
viento,
para que cada día, en rito
de una lenta procesión,
traiga la voz del niño “ese”
a cada esquina de estas
diagonales rebeldes y castas,
diagonales que fatigaron mi felicidad
adolescente
y siguen encandilando estos
tristes y gastados sueños.
Fabián, Martes 24 febrero 2015.
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